Entre velos y puros

· 24 julio, 2014 · 7:11 am

La palabra «género» hace referencia a una serie de características diferentes, valores, actitudes y comportamientos, que han sido asignados a hombres y mujeres en nuestra sociedad a lo largo de la historia. Sus supuestos roles se ven reflejados en todos los ámbitos de la vida y así también en lo que aquí nos interesa, las bodas. Dicha división sexual ya es visible en todo lo que precede al gran día. Podemos verlo en las tradicionales cenas de pedida, cuyo propósito era la aprobación del futuro matrimonio por la familia más cercana. Se celebraban en la casa de la novia y uno de sus objetivos era el intercambio de unos regalos bien definidos según el sexo: al hombre se le obsequiaba con un reloj mientras que la mujer recibía el clásico anillo de compromiso. A pesar de que estas formalidades ya no son tan comunes, quedan residuos de esta clásica división de roles en las celebraciones de hoy en día. Por ejemplo, todo el mundo da por supuesto que es él quien tiene que pedir la mano a su chica, una consecuencia del modelo de amor romántico según el cual es el hombre el que siempre toma la iniciativa de llevarle flores, bombones o joyas a la mujer, que espera pasivamente a ser agasajada.

También las fiestas de despedida giran en torno a unos clichés que generalmente están relacionados con la sexualidad. A la chica que abandona la soltería su grupo de amigas –ataviadas con orejas de conejo estilo playboy– le viste con un pene de plástico en la cabeza, mientras que su pareja va armado con unas tetas de plástico. Y, claro, a ambos hay que contratarles un stripper que convierta la noche en una experiencia inolvidable. ¿Nos hemos parado a pensar en lo que hay detrás de todas estas costumbres? Está claro que el objetivo es divertirse, pero ¿no estamos cultivando el sexismo con estos comportamientos, aparte de la ordinariez? En realidad, aunque los novios sean, o se crean, los más modernos del mundo, aún quedan ciertas partes de la celebración que transmiten otra imagen. Por ejemplo, la costumbre de que a la novia le acompaña su padre u otra figura masculina al altar para entregarla al novio. O el acto de tirar el ramo de flores a un grupo de mujeres solteras deseosas de cogerlo para así ser la siguiente en encontrar al hombre de sus sueños y casarse. Y, aunque el vestido blanco y el velo hoy en día ya no son prueba de la castidad de la mujer, ¿por qué la sociedad exige, sobre todo a ella, que esté perfecta y que empiece a adelgazar desde el momento en que se ha comprometido? ¿Y qué decir de los regalos de los invitados? Abanicos, jabones, colonias o sandalias para las mujeres y puros, licores y ambientadores de coche para los hombres… ¿Las mujeres acaso no beben o no conducen y los hombres no se lavan?

Y es que, en general, existe la idea de que las bodas son una cosa de mujeres, por lo que a los hombres se les encarga, como máximo, buscar un DJ o el coche. Sin embargo, la boda es de los dos y bajo nuestra filosofía procuraremos siempre que ambos se impliquen en la organización de su día y que sean iguales.

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Una muy buena reflexión. Con el solo de hecho de poner en duda este tipo de clichés heredados ya estamos dando un gran paso hacia una igualdad real, en la que hombres y mujeres comparten roles, derechos y obligaciones.
Gracias por un muy interesante artículo.







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