Se acabó 2020, uno de los años más extraños de nuestras vidas. Yo diría, sin dudarlo un segundo, que el más extraño de la mía. Y comenzamos 2021 con una enseñanza fundamental: vivir el momento. Como decían los escritores clásicos: «carpe diem».
Y es que si una cosa nos ha enseñado el año que hemos dejado atrás, es que algo que nunca pensamos que podría ocurrir (como una pandemia mundial) podía llegar a nuestras vidas para destartalar nuestros planes a corto plazo. Para algunos, por desgracia, para siempre… Quién iba a pensar que apenas íbamos a tener contacto con nuestros mayores por miedo a contagiarles, y con el temor –al mismo tiempo– de que no fuéramos a volver a verles. Que durante meses no pudiéramos salir de casa, ni trabajar, ni ver a nuestros familiares y amigos, que no pudiéramos viajar, ni salir a tomar algo o a cenar. Que se acabarían las fiestas, las verbenas populares, las copas de noche… Y centrándome más en lo mío, que esa boda que llevábamos organizando más de un año no iba a poder celebrarse, que no habría encuentro familiar, ni tampoco luna de miel. Y quién sabe cuándo y cómo será…
Y todas estas reflexiones que hoy comparto con vosotros, me recordaron un poema que vi hace tiempo por internet y que tenía guardado en mi carpeta de cosas interesantes. Desconozco el autor, pero aquí os lo copio porque me parece muy adecuado para los tiempos que corren. Haced vuestra lista de deseos y no os dejéis nada para mañana. No guardéis ropa sin estrenar para “esa” ocasión especial, ni dejéis de hacer esa llamada pendiente. Porque después ya es tarde…
Después te llamo.
Después lo hago.
Después lo digo.
Después yo cambio.
Dejamos todo para después,
como si el después fuese lo mejor,
porque no entendemos que…
Después el café se enfría.
Después la prioridad cambia.
Después el encanto se pierde.
Después temprano se convierte en tarde.
Después la añoranza pasa.
Después las cosas cambian.
Después los hijos crecen.
Después la gente envejece.
Después el día es noche.
Después la vida se acaba…