Tenía cuatro años y había empezado hacía poco el cole cuando me enamoré por primera vez. Fue un amor correspondido y colorido, si se me permite el adjetivo, y ha perdurado hasta el presente. La llama sigue allí, porque, como bien dicen los ingleses, “true love lasts a lifetime”.
Mi primer amor fue el otoño. Y año tras año me enseña su belleza en todas las facetas.
En el cole al que iba y donde surgió mi admiración por esta estación se educaba según el método Montessori. En los primeros dos cursos, de cuatro a seis años, todo giraba en torno al desarrollo de los sentidos de los niños; por lo tanto, cuando llegaba el otoño y los árboles empezaban a cambiar de color, la lluvia dejaba un olor especial en el aire y el viento fuerte te tapaba a veces los oídos, nuestros deberes consistían en traer a clase todos los tesoros que nos regalaba la naturaleza durante estos meses. En clase el profesor o profesora preparaba una mesa y allí se exponía nuestra colección, llamada “herfsttafel” (mesa otoñal). Llevábamos hojas secas de todos los colores, piñas, bellotas, frutos de hayas, avellanas, ramas, castañas, musgo, etc. Lo acompañaban figuras de gnomos y setas artificiales. Las hojas y los frutos los encontrábamos por la calle o en el parque del barrio, pero para poder llevar a clase las castañas más bonitas, mis padres me llevaban en bici a uno de los cementerios más grandes de la ciudad, ya que allí, por la cantidad de castaños, encontrábamos las mejores. Para mí ese hábito era el más normal del mundo, pero viéndolo ahora, supongo que esa costumbre, entre otras cosas, me ha ayudado a tener una relación tan natural con la muerte y los camposantos.
Ya de mayor también me empezaron a encantar las velas que nos iluminaban en los días más lluviosos y oscuros de la estación. Como pasaba más tiempo en casa, sacaba de nuevo los materiales de bricolaje del armario y me ponía a hacer manualidades con las piñas y las hojas, entre las cuales no podía faltar la elaboración de un herbarium.
El otoño nos da tantas cosas bonitas y, en particular, da mucho juego para la decoración de las bodas. Aquí tenéis unos ejemplos, pero las posibilidades son infinitas.