Muchas veces cuando subo fotos a mis redes sociales pienso si realmente ese ramo maravilloso, ese vestido de ensueño, ese rincón de firmas ideal donde no falta detalle o esa tarta que más parece una obra de arte que algo comestible, representan lo qué es una boda y el trabajo que en realidad realiza una Wedding Planner.
No es que menosprecie todo este trabajo. ¡Al contrario! Me encanta diseñar y decorar espacios coherentes y que reflejen la identidad de esa pareja. Y buscar a los profesionales adecuados para cada momento. Soy muy fan de las flores, de las velas, de la papelería bonita… Pero cuando pienso en cuál es el objetivo de una boda mi mente va más allá y siempre acabo pensando en las personas. Tanto en los novios como en sus invitados, porque el objetivo es que sean felices. Mi recompensa son esas lágrimas y risas de felicidad.
Por eso la mejor sensación que una Wedding planner puede tener es irse de una boda entre abrazos y –en realidad– sin que le dejen irse. Que le llamen al día siguiente para agradecerle el trabajo. Y que esto siga pasando durante días… Que le escriban de vez en cuando y se acuerden de ella cuando tienen niños o que le recomienden a otras parejas. La mejor recompensa es que aquellos momentos pervivan siempre en el recuerdo como una de las mejores y más felices experiencias de sus vidas.